Siempre he pensado que el talento que llevamos dentro, nuestro genio particular,
no procede de nuestras manos, de nuestros actos, sino de nuestra mirada.
La clave está en la mirada de uno.
En ese pasear por la vida enfocando aquello que nos interesa, nos emociona, nos puede, sin más.
Porque no es lo mismo ver que mirar,
ya que para esto último necesitamos la atención necesaria del segundo en que nuestra mente dejó de parpadear
y se sumergió en el sentimiento de ese encuadre que le ofrecieron nuestros ojos.
Soy una recolectora compulsiva de imágenes.
Y esta condición la descubrí hace no mucho tiempo, y no sin cierta sorpresa.
Pero acepté de buena gana mi curiosidad de observadora de la vida.
Estos días leí un artículo muy interesante (www.galeriasdeartebarcelona.com) que me regaló una frase reveladora:
“El más largo aprendizaje de todas las artes es aprender a ver”(Jules De Goncourt)
Y junto con una foto de los ojos de algunos de los más admirados pintores de todos los tiempos,
dicho artículo invitaba a reflexionar sobre los sentimientos que expresaban sus miradas en los autorretratos.
Verdadero ejercicio extrapolable
que podríamos aplicar a nuestro día a día, cada vez que miramos a alguien.
O como dijo alguna vez Modigliani:
«pintaré tus ojos cuando conozca tu alma»
Como fotógrafa,
viajo por la vida con mi par de ojos atentos
y una cámara en el bolso, absolutamente siempre.
Porque creo que hay que aprender a encontrar las cosas, verlas, interpretarlas,
y después plasmarlas en el encuadre, con sus ángulos y nuestro enfoque.
Ese es el punto de personalidad que tiene cada uno,
el que le imprime en forma de sello personal y que nos hace únicos,
artífices de lo que somos en realidad y lo que nos lleva a contar historias visuales.
Cuando pienso en la vista, sin duda es el sentido sin el cuál no podría vivir.
Está considerado el primero y el más desarrollado.
Y creo que conecta el mundo interno al mundo físico, los entrelaza de una manera intrínseca.
Y no me veo capaz de pensar en mi vida sin mis ojos, que me regalan el poder leer,
la alegría de mirar la cara de mi hija, y la bendición de llorar cada vez que lo necesito…
Porque es muy bueno, de vez en cuando, con nuestras lágrimas, ayudar a limpiar nuestra alma.
Por cierto, mi nombre VERÓNICA proviene del griego,
variante latina de Berenice y significa: “portadora de la victoria”.
Pero coincidiendo con el tema elegido esta semana sobre la mirada
y porque quizás todo tenga que ver con todo,
también he sabido que está muy extendida una etimología popular medieval
que interpreta mi nombre como vera icon, «imagen verdadera».
Buena semana, mis héroes.